miércoles, 12 de septiembre de 2012

La oscuridad y el espejo



Aunque la buena comedia me atrapa, el cine negro me encandila y los musicales me resultan casi siempre aprovechables –y, en ocasiones, hasta dignos de marco dorado–, la ciencia ficción y el terror han significado en mi vida de cinéfilo un punto y aparte. No sólo son culpables de tamañas filias los filmes de Steven Spielberg, Ridley Scott, James Cameron, David Cronenberg, Joe Dante o John Carpenter que en mi juventud devoré en la oscura sala del madrileño cine Juan de Austria; gran parte de culpa –fundamental– la tiene esa televisión que programaba reposiciones de añejas series, del Alfred Hitchcock Presenta, revisiones a la obra de Poe de la mano de la casa HammerVincent Price, maestro de maestros de la interpretación elegante, señorial, misteriosa y de supino acongojo–. Entre tanto descubrimiento también me sorprendió hallar el entrañable serial Más Allá De Los Límites De La Realidad (The Twilight Zone), espacio que por aquellos días se encontraba en su revival cual homenaje a la primera iniciativa creada por Rod Serling y que se comenzó a emitir en los Estados Unidos en 1959. Este nuevo proyecto, que encontraría un tercer enviste en 2002, se desarrollo desde el 85 hasta 1989, siendo hijo de su tiempo en cuanto a lo que la sci fi venía a significar en la ya masticada age of plastic. Más Allá De Los Límites De La Realidad robaba tanto minutos de emisión en una parrilla de programación en ocasiones más que insulsa como horas de sueño a un chaval que se pasaba el desvelo rememorando tramas de otros mundos, de seres robóticos, de escalofriantes incógnitas.



Ahora que las series de género están triunfando por todo lo alto, que cada vez se acumula más imaginación en las apuestas y los guiones que nos llegan del otro lado del charco, incluso en un nuevo milenio que posee hasta su canal especializado para estas lindezas (SyFy), ya se echaba en falta un serial en el que cada nuevo capítulo resultase una historia estanca, una pequeña película de menos de una hora de duración cuyos escasos minutos no fuesen cortapisa para que la trama se tejiese a la perfección en la triada del planteamiento, nudo y desenlace. La británica Black Mirror ha llegado para llenar el hueco; bueno, de hecho ha llegado y se ha ido con gran rapidez. Casi cual tanteo del terreno, la idea de Charlie Brooker pareciese tentativa con la que medir las ganas que existen en 2012 por un producto de este tipo y la aceptación que podrían tener sus continuaciones –pues, sí, habrá segunda temporada–. Y subrayo lo de corta vida pues, en este lance de presentación, únicamente tres historias han colmado nuestros anhelos; pero, ¡menudas historias!

Tanto The National Anthem como The Entire History Of You y 15 Million Merits nos retrotraen a aquellos sueños del ayer por desconcertar al espectador, por cautivarle y hasta por hacerle pensar. ¿Hasta dónde puede llegar el arte como medio de expresión? ¿Puede la tecnología capturar todo lo que ve a diario nuestra retina? Y, si es así, ¿nos gustaría realmente revivir todos y cada uno de los instantes pasados? ¿Podrían ser los programas televisivos de talentos caldo de cultivo para un futuro mundo dictatorial? Signos de interrogación que se abren y cierran en apenas cuarenta minutos de emisión, magníficas muestras de valor ante el riesgo por parte de un creador que amasa con tacto esta necesaria triada, espacio cuyas emisiones originales en el Reino Unido datan de diciembre del año pasado. Y es que el padre de la inmejorable Dead Set no podía decepcionarnos.


por Sergio Guillén

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